lunes, 9 de enero de 2012

Con "o" de obsesión.

Porque yo no te conozco, no sé qué haces, no sé qué piensas, no sé qué dices o qué callas, no sé si te desatas las trenzas de los zapatos antes de quitártelos o si te gusta la mayonesa tanto como a mi. Realmente desconozco muchas cosas. 

Yo lo único que sé es que existes. Pero en el colmo de tu insolencia, insistes en seguir existiendo lejos de aquí. Me privas de conocerte, de estudiarte, de analizar y descubrirte, de averiguar qué es eso que posees que me tiene intrigado. Una agria frustración va pasando sus días carcomiendo mis entrañas. Y un intenso deseo de poseerte va brotando con cada uno de mis poros. 

Por eso, he decidido que voy a pinchar con un tenedor cada uno de tus pensamientos, los voy a desinflar y los meteré en una caja de cartón. Y durante las noches, le abriré agujeros a la caja y la meteré debajo de la cama, para despertar entre los vapores de tus pensamientos desinflados. Porque no hay nada mejor que despertarse en las mañanas sabiéndose sumergido en los pensamientos de otra persona. 

Luego atajaré en el aire tus sonrisas, tus besos y tus suspiros, los meteré en una botella y dejaré que se fermenten. Y luego, durante los tragos amargos de la vida, destaparé la botella y beberé un sorbo de ese néctar. Porque la vida es más dulce cuando tienes a tu disposición las sonrisas, los besos y los suspiros de alguien. 

Por último, coleccionaré todos los abrazos, las caricias y los mordiscos, los meteré en una bolsa y me la guindaré al cuello, para llevarlos a todos lados. Y cuando esté aburrido, aflojaré la bolsa, dejaré que corran libres por la habitación, y jugaré con los abrazos, las caricias y los mordiscos, lo cual es una solución perfecta para los momentos de ocio y tedio. 

Y así, vivirás tu vida, sin saber que un perfecto desconocido va por ahí, acechándote, recolectando con dedicación cada migaja de tu esencia que pueda atrapar. Y seré feliz, inmerso en mi delirio platónico. Y si por casualidad viniese algún imbécil a lanzarte miradas lascivas, o a dedicarte serenatas, me acercaré sigilosamente y le clavaré el tenedor en el ojo. 

Y es que yo no soy celoso ni mucho menos agresivo, pero mira que detesto la competencia. Además, ¿qué se supone que haría entonces con este depósito lleno de bolsas, frascos y cajas vacías?

Porque yo no te conozco, no sé qué haces o qué piensas, sólo sé que tengo el incontrolable y agobiante impulso de ser tu dueño.



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