lunes, 7 de septiembre de 2009

El daño de una mentira.

Cansancio extremo. Murmullos a su alrededor. Una cama. Voces conocidas. Y voces desconocidas. Preocupación flotando en el ambiente. Abre un ojo. Parpadea. Una luz cegadora. Todo es de color blanco. Se siente desorientada. No conoce el lugar. Siente su cuerpo muy pesado. Intenta decir algo, pero las palabras se le quedan atascadas en la garganta. Y entonces alguien repara en su presencia.

- ¡Se ha despertado! ¡Por fin! ¡Chicos, venid, se ha despertado!

Un grupo de personas se arremolinan a su alrededor. Caras conocidas. Su familia. Sus amigos. Algo hace clic dentro de su cabeza. El hospital. Ha estado más veces allí, visitando a gente. Y ahora es ella la que se halla postrada en una cama. Vuelve a mirar a su alrededor y va reconociendo las caras de la gente, una a una. Están todos. Parece mentira que quepan en una habitación tan pequeña. María, Irene, Sofía, Laura, Nuria y sobre todo Marta. También están Pedro, Juan, Jorge, Cristian… y él. Aparta la mirada de sus ojos. No quiere verle. Sigue repasando a todos y ve a sus padres, sus hermanos, sus tíos, incluso sus abuelos. Todos tienen lágrimas en los ojos. Mueve los labios, pero no sale ningún sonido de su boca. El silencio es absoluto. Y por fin su madre se decide a hablar.

- Hemos estado muy preocupados por ti. Has pasado varios días en coma y ya pensábamos que te habíamos perdido… - y de pronto su voz se quiebra y rompe a llorar desconsoladamente. Se tapa la cara con las manos y se apoya en el hombro de su padre, que la saca afuera, acompañada por el resto de su familia.

Después de un último vistazo, sus abuelos también salen de la habitación, y sus hermanos son obligados a abandonar la habitación. El pequeño le da un beso y sale echando la vista atrás de vez en cuando. El mayor tiene los ojos rojos y profundos surcos debajo de los mismos. No le cabe duda de que ha estado llorando. Realmente la quiere mucho.

Una vez toda su familia ha salido al pasillo se queda a solas con sus amigos. Nota la garganta seca, y hace el ademán de coger el vaso de agua que reposa a su lado en la mesilla. Un dolor agudo cruza su brazo y se da cuenta de que lo tiene totalmente cubierto por escayola. El accidente debió de ser realmente violento… María, solícita, coge el vaso y le da de beber. La somnolencia ya ha desaparecido, y con la garganta hidratada siente ya las fuerzas suficientes para hablar.

- Gracias, María. – dice.

- ¿Te acuerdas de mi nombre? ¡Qué bien! El doctor nos dijo que quizá sufrieras amnesia durante unos días o al menos unas horas. – le explica María.- Veamos si te acuerdas de todos…

- Está bien. Tú eres María. Ella es Irene, luego Sofía, Laura, Nuria y… Marta, por supuesto. Pedro, Jorge, Juan, Cristian, gracias por venir. – dice, mirándoles uno a uno.

Gira la cabeza para ver si se está dejando a alguien. Le mira a los ojos. Desvía la mirada otra vez. Tiene que hacer algo. No puede seguir como antes. Inspira profundamente y piensa lo que va a decir. Vuelve a mirarle y sin darle más vueltas lo dice.

- Y tú… ¿Quién eres tú? ¿Te conozco? No me suenas de nada…

Todos la miran con extrañeza. Parece mentira que no se acuerde de él. Al fin y al cabo… Marta la mira con una interrogación en la mirada. Ella desvía la mirada y mira sus manos, que reposan en su regazo. Sabe que la ha pillado.

-¿No sabes quién soy? Bueno, supongo que dentro de poco te acordarás… ¿verdad? –dice él mirando al suelo.

-¡Venga, todos fuera! ¡Ahuecando! Esta y yo tenemos que hablar… -dice Marta haciendo gestos con las manos para ejemplificar que quiere que todos se vayan.

Una vez consigue que todos se vayan se da la vuelta y la mira con rostro ceñudo. Ella se siente atrapada. Sabe que el rubor tiñe sus mejillas, pero aguanta valientemente su mirada. Una sola mirada le ha bastado para saber que se encontraba atrapada. Qué terrible resulta a veces que alguien te conozca tan bien. Que no puedas decir ni siquiera una pequeña mentira…

-¿Cómo que no le conoces? ¡Pero de qué vas! Sabes perfectamente que es mentira… ¿por qué lo has hecho? – dice elevando la voz.

Ella sigue empeñada en admirarse las uñas y la punta de los dedos. También le resulta muy ameno mirar al techo y…

-Mírame. ¿Por qué lo has hecho?- le dice Marta agarrándole de la cabeza y obligándole a mirarla a las ojos.

- Mírame tú a mí también. Estoy llena de vendas. He estado a punto de morir. Cuando aquel coche se cruzó en nuestro camino… pensé que no llegaría a contarlo. ¿Y sabes que fue lo único que pensé? ¿Lo único que me dio pena? Que nunca más iba a poder verle, mirarle a los ojos y perderme buceando en ellos. No pensé en mi vida futura, ni todo lo que he vivido pasó ante mis ojos. Ni siquiera pensé en mi familia o mis amigos. Tampoco en ti. Sólo en él. Y durante una milésima de segundo, mientras pensaba en lo fantástico que sería verle otra vez, no sentí dolor. Sabia que muchos de mis huesos se estaban partiendo, casi podía oírlos rompiéndose en miles de trocitos. Y todo me dio igual. Casi podía apreciar su mirada rozándome, bañándome con su luz. Y fue como estar flotando. Me sentía bien. No había dolor a mí alrededor. Sólo él. Pero eso sólo duró un par de segundos. Cuando el segundo coche chocó con el nuestro una fuerte sacudida movió todo mi cuerpo y me sacó bruscamente de mis ensoñaciones. Y me di cuenta de que eso jamás iba a pasar. Que él ya no me quiere. Y que yo no puedo permitirme seguir sintiendo esto. Que tengo que conseguir sacarle de mi vida como sea. Que le quiero demasiado y que esto no puede durar más. Que tengo que olvidarme y sacarle de mi vida. Y esta es la única forma. Porque le quiero demasiado.



- ... Me dejas sin palabras. No sé qué decirte. Tienes que hablar con él. Esto también es cosa suya. - le dice su amiga con el entrecejo fruncido.



- Está bien, lo haré, y aprovecharé para preguntarle algo que me ronda la cabeza desde hace tiempo.- susurra mientras afirma con la cabeza.

El tiempo desde que Marta abandona la sala hasta que vuelve a oir sus pasos resonando por el pasillo vacío se le hace eterno. Y ahí está, acercándose. Los tacones suenan cada vez más cerca. No puede dejar de temblar. Ya ni se acuerda de qué era lo que le iba a decir. Y eso que lo tenía todo pensado... Entonces el pomo de la puerta gira y la respiración le empieza a faltar. Se está ahogando. Retuerce sus dedos y el brazo le duele totalmente. La puerta se abre y entra sólo él. ¿Dónde ha quedado su amiga? Justo ahora que es cuando más la necesita... Bueno, ya hablará más tarde con ella. Él se sitúa a su lado, a la altura del cabecero de la cama y la mira con una mezcla de curiosidad y desconcierto en la mirada.

- Qué, ¿por dónde empezamos? ¿Qué es eso de mentir? Muy mal, muy mal ... - empieza él mirándola a los ojos.

- Cómo no hacerlo. - responde ella - Creo que sólo nos queda algo por hablar. Hemos pasado muchas cosas juntos, y sólo hay un tema que zanjar.

Traga saliva y vuelve a sentir la garganta seca. Le escuecen los ojos de mirarle fijamente y nota las manos frías y húmedas.

- Dime una cosa, y dímela sinceramente. Mírame a los ojos y no me mientas, por favor. - susurra mientras las lágrimas asoman a sus ojos. - ¿Me quieres o alguna vez me has querido?

- No. - dice él. Secamente. Sin parpadear. Mirándola a los ojos. Sin siquiera detenerse a pensar. No lo ha dudado. Está claro que es algo que ha pensado muchas veces.

Entonces ella cierra los ojos. Su respiración se acompasa con el ritmo de su corazón, que cada vez late de forma más débil. Él la mira incrédulo, sin poder entender qué está pasando. Parece que duerme. Y de repente lo entiende. Llama corriendo a la enfermera, que se precipita pasillo abajo. Ella está inerte y fría. Pálida como... No quiere ni pensarlo. Está (glup) muerta. Y entonces la importancia de lo que ha pasado le golpea con el peso de una maza. Ha sido por lo que ha dicho. Las lágrimas afloran a sus ojos. Se tambalea y tiene que sentarse. Lo que le ha dicho. Lo que le ha tenido que decir. Lo que se obligó a pensar durante tanto tiempo. Su mentira.

Porque jamás pensó que podría ser tan grande el daño de una mentira.