lunes, 10 de enero de 2011

Only you.

"All I needed was the love you gave, all I needed for another day.
And all I ever knew, only you."


Hace años que cumplí la mayoría de edad, y echando la vista atrás, tengo la sensación de que nada ha cambiado en absoluto. Quizá visto desde fuera pueda parecer que no, al fin y al cabo acabé la carrera, me licencié, encontré un buen trabajo y conseguí cierta estabilidad sentimental gracias a un chico muy simpático de la facultad al que no quiero. Y pese a todo, no parece que las cosas hayan cambiado. Misma gente, mismos sitios, mismos sentimientos, mismo él.



Enamorarse es como tener un dragón acostado muy dentro en tu pecho. Es tan grande que lo ocupa todo, y a veces te impide respirar. Cuando te acercas a la persona a la que quieres se remueve, patalea, muerde y bate las alas. Te araña por dentro el corazón. Si tienes la suerte de ser correspondido, el dragón se calma y ronronea suave, bajito, mostrando su satisfacción. Pero si por el contrario la persona amada no te quiere, su furia dejará en tu corazón cicatrices difíciles de borrar. Día a día las irá marcando en tu pecho, profundamente, para que no olvides que está ahí, aposentado dentro de ti. Hasta que llegue el momento en el que decida levantarse y alejarse de tu interior, después de hacerte sangrar por última vez, para que recuerdes siempre que alguna vez lo tuviste en ti.

Algunas relaciones están abocadas al fracaso, y supongo que ésta lo estaba… Sentenciada a muerte desde el principio por la diferencia de mentalidades. Yo lo sabía, y aún así no hice nada por remediarlo. Simplemente me dejé llevar. Ingenuamente, quise pensar que podía funcionar, pero no lo hizo. Al poco tiempo, las discusiones fueron siendo cada vez más frecuentes, por lo que decidimos que nada nos ataba ya el uno al otro. Pasaron unos meses en los que mantuvimos una relación correcta y cordial, pero sin nada reseñable. Apenas le veía, así que no necesitaba fingir que no le quería. De hecho, poco a poco fui convenciéndome de que ya no le necesitaba, ya no le quería, podía ser feliz sin tenerle a mi lado. Pero un día coincidimos en una fiesta. Y ahí estaba él, disfrutando, dolorosamente guapo, ajeno al par de ojos que no paraban de mirarle de reojo. Y se acercó. Y hablamos, hablamos, y hablamos. Toda la noche. Y el maldito dragón volvió.

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