lunes, 10 de enero de 2011

Lucha. Siempre.

A veces, las noches nos parecen más oscuras de lo que son en realidad. Miramos por la ventana y no vemos más allá de esa niebla densa, de esa lluvia que le da un aspecto tan triste a todo el paisaje urbano. Las calles mojadas, las farolas parpadeando, la gente corriendo. Y un solo pensamiento en tu cabeza. Tristeza. La notas trepar por tu barriga para anidar en tu pecho. Toma asiento y comienza a extender sus garras por todo tu ser, hasta que sientes los ojos anegados en lágrimas. Y no puedes evitarlo. Lloras. Lloras hasta que no puedes más. Lloras sintiéndote la persona más desafortunada del mundo. La única persona a quien nadie quiere, la única a quien todo el mundo le da la espalda, la única por quien nadie se preocupa. Lloras y lloras sin poder parar apenas ni para respirar. Sin poder ver el final del túnel. Te ahogas, te aferras a la almohada para que nadie oiga tus gritos de frustración, pataleas de rabia. Tu mente se inunda de pensamientos negativos, en tu cabeza retumban nada más que frases negativas.


Y de repente, ¿qué es eso? Parece un leve murmullo que va tomando fuerza. ¿De dónde viene? ¿De la calle? No. ¿De algún lugar de la casa? No. Quizá .. ¿de dentro de ti? Puedes oírlo, puedes oír cómo va tomando fuerza. No te rindas, te dice, ¡No tires la toalla! Y te levantas. Asomas la cabeza por debajo de las sábanas, dejas de llorar de golpe. Puedes con esto y con más, sigue diciéndote tu cabeza. Te pones de pie. Te asomas a la ventana. Ha dejado de llover. La gente sigue andando apresurada, pero esta vez, un sol enorme y sonriente reluce en el cielo azul. Los pájaros se dedican a cantar. Sonríes. La tormenta ha pasado.

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