sábado, 25 de junio de 2011

El barco.

Durante todo este tiempo, han pasado miles de cosas. Demasiadas como para hacer una lista con ellas. Pero en todo momento hemos sido como un barco que se hundía. Me esforzaba por achicar el agua costara lo que costara, por echar carbón en las calderas, por sacarlo del bache. Y mientras tanto, te veía mirarme hacerlo todo. Tranquilamente sentado en cubierta, sin importarte demasiado lo que pudiera pasar. Muy de vez en cuando, te levantabas a ayudarme a acarrear un par de cubos. Pero no mucho más. Y así una y otra vez. Siempre el mismo procedimiento.

Y supongo que, finalmente, llega un momento en el que yo me canso, decido dejar los cubos en el suelo, y me hundo con el barco. Porque, por una vez, consigo ver claramente que el barco ni siquiera es algo que merezca la pena salvar. No es más que una pequeña cáscara de nuez llena de rotos, de arañazos, de chapa cubierta de óxido. Y nos hundimos, porque como ya sabemos los dos, si en tu mano queda salvar el barco, el barco se va a pique.

Me has inspirado muchas veces, pero espero que esta sea la última vez. Lo espero de verdad, porque escribir por culpa de estos sentimientos no merece la pena en absoluto. Lo siento, ya no puedo seguir luchando contra lo que siento. Y las cosas son así.

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