Hay veces que el mismo suelo que está bajo nuestros pies se resquebraja y se parte mientras andamos. Sin poder evitarlo, caemos de rodillas, luchando por levantarnos para seguir avanzando. Nos aferramos a cada una de las aristas que se han formado debajo de nuestro cuerpo, tratando de coger impulso. Pero cada vez que lo intentamos nos fallan los pies, las piernas, las fuerzas, los ánimos. Y cada intento fallido nos hunde un poco más en nosotros mismos, y nos impide poder mirar hacia delante con claridad. Cerramos los ojos con fuerza y nos negamos a seguir intentándolo.
Entonces es cuando notamos unas manos en nuestra espalda, dándonos ánimos, alentándonos, y otras manos nos cogen de las nuestras propias. Estas manos nos ayudan a pasar todos los obstáculos que hay en el camino, y nos conducen de vuelta al sendero que tenemos marcado. Son manos grandes, pequeñas, suaves o duras, de mujer o de hombre, pero todas ellas son manos amigas.
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